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in Revista Chilena de Antropología
El discurso etnográfico y la representación indígena en la obra de Ignacio Domeyko: una voz disidente
Resumen:
Se aborda el discurso de Ignacio Domeyko sobre la Araucanía enunciado a mediados del siglo XIX. Se busca determinar si ese discurso, elaborado según el método de los naturalistas, contribuyó a construir una nueva representación sobre el mundo indígena en Chile. Se sostiene que en Domeyko se gestaba una nueva forma de referir hacia el mundo indígena, avalada en el conocimiento de primera mano y en el reconocimiento del “indio” del presente. Se hace un análisis de discurso de los textos escritos por el naturalista a propósito de su viaje a la Araucanía en 1845, concluyéndose que su obra contribuye a cuestionar los imaginarios sobre los indígenas que hegemonizaban el proceso de construcción nacional en Chile.
1.INTRODUCCIÓN
Concluido el proceso de independencia en Chile e instalado el gobierno republicano, la élite dirigente se abocó entre sus muchas tareas al reconocimiento y delimitación del territorio nacional. Como pocos elementos podían servir para dar cohesión a la inaugurada república, el territorio fue considerado como un factor de unión (Peralta 2009: 57), escenario básico del despliegue de los proyectos e ideas modernizantes de la élite ilustrada y de la subsecuente construcción de la nación. Por ello, se hizo necesario identificar sus recursos, evaluar sus potencialidades, describir sus paisajes y retratar a su gente. En ese contexto resultó imprescindible identificar y definir quiénes formarían parte de la nación. Desde esa perspectiva, enunciar y representar al mundo indígena presente en el país fue un temprano desafío del Chile republicano.
En efecto, luego del agitado período de independencia, la Araucanía fue un espacio atractivo para visitar y conocer a mediados del siglo XIX, cuando la zona vivía ya en relativa tranquilidad, de forma casi autónoma del Estado chileno. Durante los albores de la república, el discurso oficial del Estado, centralista y de pretendido consenso, definió a la población indígena de la Araucanía en base a la constatación de diferencias, asignándole atributos como pobreza, incivilidad, falta de moral y de educación (Gallardo 2001: 129). A medida que pasaron los años, el discurso se volcó a valorar el territorio y negar la presencia de sus habitantes, “Pues, era precisamente lo que no se quería ser y parecer como nación ante el mundo civilizado” (Herrera 2002: 83), más aún si sus habitantes habían convertido a la Araucanía en una tierra maldita.
Por otra parte, la literatura había contribuido en el conocimiento y difusión de las características de este territorio y de sus habitantes, siendo el poema épico La Araucana de Ercilla un referente obligado. En las primeras décadas de vida independiente, diversos viajeros recorrieron la Araucanía motivados por variadas razones, como los alemanes Eduard Poeppig (1826), Carlos César Maas (1847), Aquinas Ried (1847) y Paul Treutler (1861), así como también el polaco Ignacio Domeyko (1845) y el norteamericano Edmond Reuel Smith (1853) (Caro 2001; Sanhueza 2006), quienes visitaron la zona atraídos por la figura del “indio indomable" que la habitaba.
Durante la primera mitad del siglo XIX también hubo voces alternas al discurso oficial, principalmente de quienes advirtieron sobre el desconocimiento que se tenía del mundo indígena. Ejemplo de ello fueron algunos de estos mismos viajeros o naturalistas, que se internaron en la Araucanía con la intención de conocer al mapuche, de construir conocimiento sobre ellos o de superar miradas distorsionadas sobre su realidad. Es el caso del viajero y agrónomo francés Henry Delaporte, quien llegó a Chile para trabajar en la Escuela Nacional de Agricultura. Producto de su viaje y experiencia con los mapuche, publicó en 1855 una obra donde advirtió sobre la escasa información que se tenía de los indígenas, valorando el tránsito por su territorio y el contacto con ellos, como una excelente oportunidad para conocerlos (Delaporte [1855] 2016).
Así también el astrónomo norteamericano Edmont Reuel Smith, quien, en 1853, finalizada su misión científica en Santiago, partió desde Concepción hacia la Araucanía con la intención de conocer a aquellos indígenas de los cuales poco se sabía y nada se hablaba. Al respecto, este viajero describía los objetivos de su iniciativa de la siguiente manera:
“En un momento como el actual, cuando se siente un interés tan grande por todo lo que se relaciona con las razas aborígenes de América, creo que no se necesita disculpa para publicar cualquier noticia respecto de una tribu de indios muy poco conocida y raras veces citada; a pesar de haber ganado una reputación envidiable por su resistencia al avance de los blancos durante más de trescientos años”. (1914: XII)
Es en este contexto que deseamos relevar la obra del naturalista polaco Ignacio Domeyko, hombre de ciencia, respetado intelectualmente, avalado por el Estado en múltiples tareas que se le asignaron, quien, entre sus diversas labores en Chile, visitó la Araucanía en el verano de 1845.
Domeyko había arribado a Chile en 1838, instalándose en la ciudad de Coquimbo. Convencido el intendente de dicha provincia, Juan Melgarejo, de las potencialidades mineras de la zona y de la creciente necesidad de un conocimiento profesional al respecto, gestionó a través del gobierno central la contratación de un especialista que se dedicara a instruir a los jóvenes aportando al desarrollo minero de la zona. Ignacio Domeyko, quien hacia 1837 se había titulado en la Escuela de Minas de París, fue contratado por el gobierno chileno para esa misión.
Desde Coquimbo, Domeyko desplegó actividades de reconocimiento geológico y minero, recorriendo amplios sectores del Norte Chico en sacrificados viajes a lomo de mula, con la sola compañía de un guía y durmiendo a la intemperie (Godoy y Lastra 1994: 18). En el verano de 1845, el naturalista realizó un viaje de estudios, esta vez al sur del país, recorriendo desde Biobío a Valdivia, convirtiéndose el mundo indígena de la Araucanía en su nuevo objeto de estudio.
Durante su periplo, Domeyko fue consignando las descripciones y comentarios en un diario de viaje, que sería publicado en castellano por primera vez en 1977 con el título de “Mis viajes. Memorias de un exiliado” (Pinto 2010: XXXI). En cambio, el ensayo sobre su expedición, titulado Araucanía y sus habitantes. Recuerdo de un viaje hecho en las provincias meridionales de Chile en los meses de enero y febrero de 1845, fue publicado en Chile el mismo año de 1845 y reeditado al año siguiente, algo bastante extraordinario para esa época (Amunátegui 1952: 48). Además, a fines de 1845 e inicios de 1846, el texto casi completo del informe fue publicado en el periódico El Araucano en los números 801 a 804. En ese ensayo, si bien Domeyko diseñó una "política indígena" para el Estado de Chile, previamente enunció también un diagnóstico y una evaluación de la tierra y de los habitantes de dicho territorio, elaborado de acuerdo con el método de observación de los naturalistas, haciéndose eco de aquellas voces que instaban por la construcción de nuevos conocimientos sobre la Araucanía y sus pobladores. Este trabajo pretende explorar si el discurso sobre la Araucanía y sus habitantes, elaborado por Domeyko según este nuevo método, contribuyó a construir una nueva representación sobre el mundo indígena en Chile, alterno al discurso oficial que se había configurado desde el Estado y la élite.
A modo de hipótesis, se sostiene que en Domeyko se incubaba una nueva forma de referir hacia el mundo indígena, diferente a los estereotipos de héroes o bárbaros con los que el discurso oficial los representaba, un discurso avalado en el conocimiento de primera mano, en el reconocimiento del “indio” del presente, y ya no exclusivamente en la evocación ercillesca del araucano. Esta nueva descripción del indígena se construyó de acuerdo con un método, basado en datos procedentes de la experiencia, con la vista y opinión sobre sus cultivos, sus ganados, sus costumbres. Los hechos heroicos y épicos que cantaba Ercilla dieron paso a un indígena descrito como próspero agricultor y propietario de su tierra y ganado. Fue esta descripción lo que fundamentó la propuesta enunciada por el naturalista sobre la incorporación de los indígenas a la civilización, la que se centró, dicho sea de paso, en intervenir más en la dimensión moral que material de su cultura.
2.INVESTIGACIONES SOBRE DOMEYKO Y LA ARAUCANÍA
Abundante es la producción historiográfica y literaria que ha centrado su quehacer en la figura del sabio polaco. Desde sus contemporáneos, como el historiador Miguel Luis Amunátegui (1952), hasta recientes publicaciones, destacan su calidad de científico y humanista, así como sus aportes a la minería nacional, su labor docente, su contribución a la instrucción pública o el importante rol que desempeñó en la Universidad de Chile (Pinto, Jofré y Nazer 1993; Quezada 1993; Jan Ryn 2002; Jofré 2011).
Su incipiente y reducida producción “etnográfica” también ha sido objeto de estudios y análisis pormenorizados. Interesantes resultan los de Gonzalo Piwonka (2002 ), Lilianet Brintrup (2003 ) y Jorge Pinto (2010 ), quienes refieren en específico al viaje de Domeyko a la Araucanía. Destacan también los trabajos de Armando Cartes (2013) y Rafael Sagredo (2012) que, si bien no enfocan su trabajo en forma exclusiva sobre Domeyko, sí analizan con precisión su obra al referirse al viajero en tierras mapuche.
En este trabajo asumimos que las apreciaciones etnográficas de Domeyko vertidas en sus textos son parte de un discurso científico, producidas mediante una práctica o método etnográfico. En este punto coincidimos con Brintrup para quien la obra Araucanía y sus habitantes, es una mezcla de narración y de prácticas científicas, una combinación de observaciones empíricas y especulación imaginativa (2003: 36). La autora realiza un estudio de la obra desde el análisis narrativo, estableciendo dos focos de atención, nominados por ella como dos grandes encuentros de Domeyko, uno con la naturaleza de la región de la Araucanía y otro con una alteridad cultural, con el indígena araucano. La autora logra identificar el procedimiento científico de la labor etnográfica del naturalista, a través de las múltiples actividades que el viajero realizó en su rápida visita a la zona. Principalmente refiere al encuentro directo con el araucano, lo que, a su juicio, le permitió evaluar y concluir una apreciación diferente de aquella preconcebida y aprendida a través de lo leído y escuchado. La observación y admiración de sus sembrados resulta, a juicio de Brintrup, decisiva a la hora de caracterizarlos, “Domeyko niega que la única acción de los indígenas sea ‘sembrar’ el terror en los campos, como prejuiciosamente había sido informado” (2003: 50). Brintrup señala que el adjudicarles rasgos tanto positivos como negativos, permite a Domeyko establecer una clasificación del indígena que evidencia la seriedad científica de su observación.
Piwonka (2002 ), por el contrario, desestima el carácter científico de la obra por varios motivos. En primer lugar, sostiene que Domeyko, pese a su innegable formación científica-humanista, no puede ser catalogado como un conocedor de la ciencia etnológica aplicada y, menos aún, como un indigenista. Además, señala que su ética cristiana le impidió y limitó a la hora de percibir de un modo objetivo y científico el mundo indígena. Desde esta perspectiva, este autor desestima que el discurso de Domeyko constituyese conocimiento etnográfico, ya que, para él, el etnocentrismo, la subjetividad y la fe habrían permeado su discurso.
Por otra parte, tanto Piwonka (2002 ) como Pinto (2010 ), hacen referencia al impacto que produjo la obra de Domeyko entre sus contemporáneos y cómo fue recibida y comentada al momento de su publicación. Pinto sostiene que el prestigio del naturalista como “hombre ponderado y sagaz observador de la realidad” (2010: 15), permitió que sus opiniones sobre la Araucanía tuviesen alguna influencia en el sector político y en la gente ilustrada “que debía decidir qué hacer en una región aún no sometida a la soberanía del Estado Chileno” (2010: 15). Las reflexiones y análisis de ambos autores se centran fundamentalmente en las críticas y comentarios que la producción de Domeyko tuvo por parte de la élite política e intelectual de su tiempo. Ambos hacen alusión, por ejemplo, a los comentarios de Andrés Bello y Antonio García Reyes, intelectuales que desestimaron el plan y propuesta de Domeyko. Más aún, Piwonka señala al respecto:
‘’El ocasional viajero -mundialmente indubitado gran sabio mineralogista- con menos de 7 años de residencia en Chile, casi todos ellos en el norte, y testigo apenas de dos meses de fragmentos territoriales de todo el hábitat araucano se convierte en catequista de cómo debe el estado nacional ‘civilizar’ a sus habitantes’’. (2002: 91)
A nuestro juicio, es importante destacar que, tal como los contemporáneos de Domeyko, este autor rescata y analiza las críticas que se hicieron a una parte de la obra del viajero, la que tuvo que ver con su propuesta de incorporación de los indígenas a la civilización, pero no hace mención al discurso etnográfico que enunció Domeyko, un discurso que matizó las opiniones que en aquella época se vertían sobre los habitantes de la Araucanía. De los estudios comentados, coincidimos con Brintrup en el reconocimiento de un nuevo discurso sobre el indígena. A juicio de esta autora, al desplazarse con tranquilidad por la Araucanía, Domeyko crea una narración en donde la fiereza de sus habitantes es depuesta en favor de la honradez y la hospitalidad (2002: 49).
Pinto (2010 ) también propone que Domeyko modificó algunos de los prejuicios o juicios que circulaban en Chile sobre el mundo indígena. Destaca que el científico quedó sorprendido por la riqueza de este pueblo y el bienestar alcanzado, y agrega que Domeyko habló de un pueblo aventajado “que supera a varios del mundo cristiano” (XXXIX). Sin embargo, este historiador no desconoce que en el texto Domeyko también se enuncia al indígena como quien siembra el terror, a la imagen de “una fiera insaciable de sangre y saqueo” (XL). A juicio de Pinto, Domeyko estuvo muy poco tiempo en la frontera como para hacerse una idea completa de las características de este pueblo, lo que justificaría este doble discurso, el que califica de cierta manera como contradicciones en su relato (2010: XIII).
Para Armando Cartes (2013), el relato de Domeyko que describe a los mapuche es contradictorio y ambiguo, presentando el choque o pugna entre “su formación científica y su personalidad romántica” (109). Pese a la ambigüedad reconocida, Cartes rescata la habilidad de Domeyko para mostrar rasgos positivos y negativos de los mapuche, lo que a su juicio “evidencia la imparcialidad de lo observado y, al mismo tiempo, su mirada flexible y humana” (112). Según Sagredo (2012), una actitud permanente en Domeyko fue la añoranza de su patria derivada de su experiencia del exilio, lo que se evidenció en sus descripciones del territorio de la Araucanía y de sus habitantes (44). Su relato trasmite admiración por ese territorio y su pueblo, representando a través de ella a su Polonia añorada. La exaltación patriótica, a juicio de Sagredo, se manifiesta en sus constantes alusiones a la heroica resistencia araucana, la que identifica con su propia lucha contra los rusos en la ocupación de su natal Polonia (60).
3.EL DISCURSO SOBRE LA ARAUCANÍA Y SUS HABITANTES EN LA ÉPOCA DE DOMEYKO
Hasta mediados del siglo XIX, el discurso oficial definía a los habitantes de la Araucanía de acuerdo con lo que, se suponía, los diferenciaba de la civilización, su pobreza, incivilidad, falta de moral y de educación, argumentos y retórica que sirvieron para el despliegue de una política proteccionista y, ciertamente, de transformación civilizatoria, que en términos generales ha sido descrita como proindigenista (Pinto 1996). Más adelante, cuando la seguridad nacional tornó en preocupación central del Estado chileno, los reconocidos y nunca olvidados atributos bélicos de los indígenas dieron origen a dos formas de representación. Por una parte, pervivió la visión de héroe, que exaltaba las proezas pasadas y presentes y el orgullo de que fuesen parte de la república chilena. Por otro lado, se configuraba la visión del indio como un enemigo fiero, encarnizado e irreconciliable de la civilización, al que por cierto había que combatir para mantener la seguridad fronteriza y nacional. Paralelamente, sirviéndose de las supuestas particularidades de los indígenas, se instaló al indio como un otro diferente al interior de la nación. Así, los llamados hábitos salvajes, justificaban internarse en su territorio a través de la acción misional o militar, lo que era considerado como la conquista de la civilización sobre la barbarie, que permitiría ocupar sus tierras fértiles pero subutilizadas (Casanueva 2002).
Jorge Pinto (2010 : XXXVI) postula que fue después de la crisis económica de 1857 cuando el Estado chileno puso mayor interés por las tierras indígenas, desarrollando políticas que culminaron con la ocupación de La Araucanía. No obstante, el mismo historiador reconoce que existieron manifestaciones anteriores de este interés.
Hacia la década del cuarenta, momento en que Domeyko se trasladó al territorio indígena y produjo su obra, circulaban en Chile ciertas opiniones en relación con el mundo indígena y su territorio, que se expresaron en el periódico El Agricultor, medio que pertenecía a la Sociedad Chilena de Agricultura y Beneficencia. En una columna de esta publicación, titulada Necesidad de colonizar y poblar los terrenos baldíos y desiertos de la República especialmente el de Arauco, se señalaba que el territorio de Arauco era en su conjunto baldío y desierto, y cuya población al parecer no se ocupaba en la agricultura pues el columnista comentaba que los araucanos eran un pueblo de pastores. Manifestaba además el temor que existía frente a un supuesto avance de los “peligrosos vecinos” hacia territorio chileno.
‘’¿Quién nos ha dicho que dejando en paz a estos peligrosos vecinos, no llegaran a multiplicarse a tal estremo que las producciones naturales de su territorio no sean bastante a suministrarle los alimentos precisos para subsistir? Entonces despertando su codicia y aprovechándose de nuestra debilidad traspasarán la frontera, y nuestros desgraciados pueblos serán la víctima de sus correrías’’ (El Agricultor 1842: 208).
Pese a que se reconocía en el indígena su valor y amor a la libertad, éste era descrito como un potencial enemigo y como un problema a la hora de pensar en la colonización:
‘’Mas no es solo la abundancia de territorios y la escasez de habitantes los únicos motivos que nos deben hacer desear la inmigración; causas mas poderosas, aunque lentas, nos impelen a desearla con ansia. ¿Hemos pensado acaso en ese pueblo robusto y belicioso que ocupa la parte mas fértil de nuestro suelo, y á quien ninguna nación ha podido subyugar hasta el presente? Hablo de los araucanos, de esa nación que tanta sangre costó a los españoles, y tantos caudales perdidos estérilmente, pues que ningún fruto dieron á aquellos ambiciosos conquistadores [...]’’ (El Agricultor, 1842: 207).
En 1843, relata Domeyko (2010c), el gobierno de Bulnes conformó una comisión que tuvo por finalidad analizar los distintos proyectos de colonización de los sitios baldíos del país, incluyendo por cierto los territorios comprendidos entre Concepción y Valdivia. Dicha comisión estuvo integrada por Mariano Egaña, Ramón Errázuriz y Pedro Palazuelos (90). Dos años más tarde, la Cámara de Diputados discutía incorporar una partida de 100.000 pesos al presupuesto del Ministerio de Interior y Relaciones Exteriores para “protejer la civilización de los indígenas” moción que fue aprobada en dicha Cámara por mayoría de 17 votos contra 12 (Letelier 1908: 245). La falta de consenso de los legisladores de la época quedó en evidencia con las palabras del diputado José Gabriel Palma quien en sesión de 13 de agosto de 1845 sostuvo:
La civilización de los indígenas es un asunto de mucha importancia mas grave tal vez de lo que ha parecido a la Comisión informante. No es tan fácil ir a repoblar ciudades que están en el interior, ni avanzar esos establecimientos allá dentro de unos pueblos belicosos i de poca fe: es un problema que está por resolverse todavía. ¿Cómo se puede deducir a esa multitud de hombres que hai al otro lado del Biobío a que se pongan, no digo al nivel, sino a que medio se adapten a las costumbres i usos de las poblaciones?
Entre los dos sistemas que se han adoptado desde la conquista hasta estos últimos tiempos, el de rigor i el de la predicación. Hasta ahora no está bien decidido cuál es el que más conviene, porque ambos han tenido sus contrastes. Ir ahora a dar 100.000 pesos para poblar Osorno i otras ciudades del sur, no me parece mui acertado” (Letelier 1908: 251).
Sin duda el gobierno también tenía una posición al respecto, manifestada en la Memoria del ministro del interior, Manuel Montt, al Congreso Nacional en sesión de 29 de agosto de 1845 1 . Esta memoria fue publicada en El Araucano de septiembre de 1845. En ella Montt advertía los principales temas que importaban a los intereses de la república, destacándose con notoriedad “la ocupación real i efectiva del estenso i fértil terreno que media entre Concepción i Valdivia” (citado en El Araucano 1845: 3). Para el ministro Montt la presencia de indígenas en la zona, a los que calificaba como un pueblo bárbaro, era una amenaza “a nuestra cultura i adelantamiento” (3). Manifestaba que ya era tiempo de retomar el tema de la ocupación de la Araucanía. A su juicio, los pasos dados por el gobierno, especialmente con la instalación de misiones en Valdivia, habían sido de gran utilidad, por lo que consideraba necesario replicar el modelo para la Imperial, “que parece debe ser el primer paso en esta conquista pacífica i de convencimiento” (citado en El Araucano 1845: 3). Además, el ministro Montt se manifestaba proclive a la colonización extranjera para estos territorios, ya que, a su juicio, sólo así se devolverían al cultivo y a la industria aquellos ricos y vastos territorios (citado en El Araucano 1845: 3). Este era el contexto de interés y debate por la Araucanía en el que se insertó la obra de Domeyko.
4.PRÁCTICA CIENTÍFICA Y CONSTRUCCIÓN DE UNA MIRADA ETNOGRÁFICA
Al plantear que el procedimiento desplegado por Domeyko en su visita a la Araucanía fue parte de una práctica científica y que su producción textual tuvo ese carácter, necesariamente aquello nos obliga a reconocer y describir ese método, para lo cual la referencia a Humboldt y su aporte, resulta obligada.
La mirada sobre una naturaleza en permanente unión y ligazón posibilitó en Humboldt un tipo de investigación y análisis holístico, un concepto global de la geografía física. El interés del científico prusiano fue buscar las relaciones entre los diferentes componentes de su física del globo y estudiar de qué manera estos componentes eran influidos por otros elementos, tanto como por el medio ambiente en que se encontraban. Este método lo aplicó en todas sus investigaciones, ya sea para estudiar las relaciones entre plantas y minerales, clima y vegetación, así como entre el hombre y su entorno (Rebok 2003: 446).
[…] para contribuir a los progresos de la geognosia, que es una ciencia de encadenamientos, es preciso renunciar á la cumulación [sic] estéril de hechos aislados y estudiar las relaciones que existen entre las desigualdades del suelo, la dirección de las cordilleras y la naturaleza mineralógica de los terrenos (Humboldt 1826: 72).
Su método empírico, además, se complementó con el rescate y estudio de la historia de las zonas recorridas. Para el caso americano, Humboldt utilizó las crónicas españolas que entregaron las más tempranas descripciones del nuevo mundo. Valoró estas obras, ya que, a su juicio, los cronistas fueron los precursores de lo que él llamó física del globo, la cual contemplaba todos los aspectos a la vez. El naturalista alemán actualizó a los cronistas españoles utilizando sus escritos como material científico (Rebok 2003: 449). Así, al analizar la cordillera de los Andes y reflexionar sobre el origen de su nombre, Humboldt señaló: “El Inca Garcilaso, hijo de una princesa peruana, que escribió con gran simplicidad la historia de su país natal en los primeros años de la conquista, no da etimología alguna del nombre de los Andes” (1826: 99).
El viaje de Humboldt al continente americano fue importante en el contexto de las revoluciones independentistas, porque sus escritos aportaron no solo al conocimiento científico sino también a la legitimación de las nuevas naciones, relacionando a la sociedad con la ciencia y, en ese contexto, fueron notorios sus enunciados sobre la igualdad del hombre americano a todas las clases y razas (Gómez 2019: 45-50).
Directa o indirectamente, la propuesta humboldtiana influyó en naturalistas y viajeros, en sus formas de observar y describir, en sus trabajos de campo y, por sobre todo, en superar los límites que la especificidad disciplinaria les daba. Casos como los de Alcides d'Orbigny, en su recorrido por Bolivia, o de Ignacio Domeyko en la Araucanía, son un buen ejemplo, ya que incorporaron en sus investigaciones a las sociedades indígenas sudamericanas, constituyéndolas en objeto significativo de sus estudios 2 .Si examinamos la labor desplegada por Ignacio Domeyko en la Araucanía, advertimos que comparte en gran medida las características del trabajo de Alcides d' Orbigny, orientado éste a su vez por los principios humboldtianos.
Siguiendo este método, Domeyko construyó el relato sobre su experiencia en la Araucanía en dos momentos: el primero expresado en su diario de viaje, y el segundo -el momento de la síntesis como lo define Chaumeil (2003 )- en su obra titulada Araucanía y sus habitantes: Recuerdo de un viaje hecho en las provincias meridionales de Chile en los meses de enero y febrero de 1845. A estos documentos debemos agregar su producción iconográfica, constituida de algunas acuarelas referidas a costumbres indígenas, reunión de caciques, mujeres araucanas con sus telares e hijos 3 .
En su diario de viaje, Domeyko (2010a) enuncia con claridad su objeto de estudio:
‘’¿Acaso no es digno de ser visto un país libre, independiente, aunque salvaje, que permaneció hasta el día de hoy tal como fue hace tres siglos, antes de la llegada de los conquistadores de alma de fuego, vestidos con aceros? ¿Por ventura no es asunto de interés conocer al americano indígena, hasta ahora independiente, amo y señor de su tierra? ¿La crónica precolombina viviente?’’ (116) 4 .
Decidido el objetivo y derrotero, el viajero, en su calidad de viajero-lector, se instruye a través de lo dicho y escrito sobre su objeto de estudio. Domeyko indicó que estando en Valparaíso, pronto a iniciar su viaje, adquirió un ejemplar de La Araucana de Alonso de Ercilla. Esta obra fue fundamental en su relato de viaje. A medida que recorrió el territorio, fue insertando pasajes de este poema, evocando hechos históricos y también admirándose de la buena descripción geográfica del poeta. Domeyko realizó un trabajo de campo, visitó y compartió con los indígenas en su propio ambiente. Fue testigo de primera mano de su fisonomía y costumbres.
‘’Pude observar a esos hombres más de cerca: el color de sus rostros, no muy oscuro, era algo más claro que el de las tribus indias de las regiones nortinas de Coquimbo y Huasco […] El rostro del araucano es ancho, los labios, sobre todo el inferior, son gruesos, la frente tiene apenas dos o tres pulgadas de alto, el pelo negro, grueso, en los ojos un salvajismo difícil de describir, pero no repelente [...]’’ (2010a: 142).
Su mirada no sólo se detuvo con detalle en las características físicas de sus observados, sino que también develó ceremonias rituales, modos de producción, formas de cultivo, advertencias lingüísticas, formas de entretención e incluso enemistades locales. El naturalista intentó comprender las costumbres indígenas, reflexionando sobre sus orígenes o procedencia. Así cuando el cacique de Tirúa lo recibe con gran hospitalidad, Domeyko comenta:
‘’Este modo de recibir a los huéspedes [...] no podía ser una simple invención humana, introducida artificialmente o bajo presión entre los salvajes; debe ser la herencia de un nivel moral de la Araucanía del que ya se perdieron las tradiciones, de un estado de cultura y efecto más elevado de como los hallaron los españoles’’ (2010a: 157).
Brintrup (2003 : 54) señala que, para Domeyko, la hospitalidad, honestidad y generosidad correspondían a gestos independientes del quehacer chileno, ya que son valores que el científico anclaba en el pasado precolombino.
Es importante considerar que aquello que el viajero observaba y describía, era precisado y complementado con lo leído y, en muchos casos, también con lo oído. Sugerente nos resulta este aspecto, pues consideramos que señala una forma de cómo se entendía la práctica científica en el siglo XIX. En efecto, el naturalista fue claro en advertir cómo construía su conocimiento, comentando en Tirúa: “De lo que he visto y de la conversación con el capitán y con algunos indios que hablaban poco el español, pude formarme una idea del modo de vivir de este pueblo” (2010a: 160).
5.IMAGINARIO INDÍGENA EN IGNACIO DOMEYKO
Como indicamos anteriormente, pese a la breve permanencia de Domeyko en la zona de la Araucanía, el viajero publicó rápidamente un preciado texto con las descripciones y resultados de sus observaciones y análisis, denominado “Araucanía y sus habitantes”, texto que estructuró en tres partes. En la primera, entregó una detallada caracterización del territorio de la Araucanía, describiendo los aspectos físicos del “territorio indio” entre el río Biobío y el Valdivia. Ríos y árboles, cordilleras y selvas impenetrables no escapan de su mirada. En la segunda parte de su relato describió las costumbres de sus habitantes, enunciándolas como “estado moral de los araucanos, sus usos y costumbres”. Se describen sus formas de vida, creencias y ritos, sus viviendas, quehaceres diarios y zonas de cultivo. Para concluir su obra, en la tercera parte entregó un análisis de los obstáculos que existen para incorporar al indígena a la llamada “verdadera civilización” y formuló propuestas y sugerencias para la efectiva incorporación del indígena a la nación chilena.
La formación de naturalista de Domeyko se expresó en el primer apartado de su obra, al describir las características físicas y la naturaleza del país ocupado por los araucanos. El orden de su relato recuerda las crónicas de la conquista, siendo un verdadero viaje donde el lector acompaña a Domeyko desde la cuesta de Chacabuco hasta más al sur del Reloncaví. La descripción del territorio comienza reconociendo tres fajas de terreno (cordillera de la costa, cordón de los Andes y en el centro el llano intermedio), que le permitirán más adelante clasificar a los indios en costeños y llanudos.
En las proximidades del Salto de la Laja enuncia la presencia del protagonista de su relato, advirtiendo que este lugar es “testigo de tantas correrías del fiero araucano” (Domeyko 2010b: 15). La presencia del volcán Antuco marca un hito en la estructura de la narración, ya que, de ahí en adelante, la población indígena se hace presente y, si bien la característica del territorio sigue siendo central, la de sus habitantes también comienza a ocupar atención. Dice Domeyko que, en el volcán Antuco, está la puerta de la civilización y de la barbarie, de lo culto y de lo salvaje, un punto destinado tal vez a hacer gran papel en el porvenir americano (2010b: 16).
Domeyko sitúa lo que él llama territorio indio, desde el río Biobío hasta el río Valdivia, al cual describe con una cordillera costera elevada que impide la comunicación entre el llano intermedio y la costa. Llegando al Imperial, Domeyko comenta: “Nada de bárbaro y salvaje tiene en su aspecto aquel país: casas bien hechas y espaciosas, gente trabajadora, campos extensos y bien cultivados, ganado gordo y buenos caballos, testimonios todos de prosperidad y de paz” (2010b: 24). Y más adelante señala que en las riberas entre el Imperial y el río Budi se repite el mismo cuadro de prosperidad y población agrícola. Comenta el naturalista que esta zona quedó muy separada del Estado chileno desde la destrucción de la ciudad de Imperial, y que estos indígenas nunca han querido admitir misiones y tampoco han querido establecer relación con el gobierno chileno, “se han resistido a entrar en relación con el gobierno chileno más que cualquiera otra tribu araucana” (2010b: 24).
Dos puntos llaman la atención de esas últimas enunciaciones. La primera dice relación con la prosperidad material que advierte para el mundo indígena, un discurso que mantendrá durante toda su obra y que incluirá cuando se refiera a la incorporación de los indios y reflexione sobre el concepto de la referida civilización. Se advierte en Domeyko la conformación de un discurso de prosperidad, en oposición a aquel otro que releva la improductividad de los indígenas y el abandono de sus fértiles tierras.
La alusión a otras tribus araucanas también merece atención. Es importante señalar la identificación, en el relato de Domeyko, de diversas comunidades desde el Biobío a Valdivia. Menciona como prósperos a los de Imperial y el Budi, se refiere a los que viven en los llanos de Angol, los de las vegas de Lumaco, las inquietas y turbulentas tribus de Choncho, los de Boroa (célebres por la hermosura de sus rostros), los de Maquegua, Villarrica, Pelecauhín y Petrusquén; utiliza gentilicios como Tucapelinos, Imperialistas, Tolteños, cada uno con sus características y particularidades (2010b: 26).
Dado que el desplazamiento geográfico estructura su narración, Domeyko inserta, de acuerdo a cada zona descrita, la ubicación de diversos grupos indios con sus respectivas características, presentando un cuadro variado de comunidades indígenas definidas en primera instancia por su ubicación geográfica. La estructura descriptiva del relato posibilita un discurso hacia el mundo indígena marcado por una enunciación que releva particularidades, la cual se va ligando en la narración con otra enunciación, la de la añoranza histórica de los indios valientes guerreros.
Efectivamente, reconocemos en Domeyko un segundo tipo de enunciación hacia el indígena, más generalizante y que evoca permanentemente el mito ercillesco. Así, por ejemplo, refiere a: fiero araucano o también a los indios fieros, descendientes de los Lautaros, Colocolos, Caupolicanes y recurrentemente a los indios independientes, siempre acentuando su valentía, su amor a la libertad, a su tierra e independencia (2010b). Alejándose de Valdivia, el viajero retoma la descripción geográfica más estricta, apreciando la discontinuidad de las fajas de relieve y el término de la cordillera andina hundiéndose en el océano.
En la segunda parte de su obra, Domeyko describe a los habitantes de la Araucanía. Comienza con las características físicas de los araucanos, remitiéndose al imaginario ercillesco. Citando al propio poeta, los describe como robustos, de espaldas grandes, pechos levantados, ágiles, desenvueltos, alentados, animosos, valientes y atrevidos (2010b: 31). Si bien Domeyko caracteriza en forma general a los habitantes de la Araucanía, advierte que existe también gran diversidad en la fisonomía de sus rostros, sobre todo en aquellos que identifica como caciques, nominándolos “nobleza araucana”. Ellos –comenta- son de caras blancas y rasgos casi europeos, comparándolos con los sectores populares del norte de Chile, los cuales, dice, tienen sus caras “mucho más indias y más cobrizas que entre la nobleza araucana” (2010b: 32).
En relación con sus ritos y creencias, Domeyko cree necesario precisar y aclarar ideas equivocadas sobre las poblaciones araucanas, sobre todo en aquello que se denominó como prácticas supersticiosas y agoreras que, a su juicio, han sido las que más los han desprestigiado y les han dado fama de bárbaros e incivilizados. Al respecto comenta:
‘’Lo que más había llamado la atención y provocado la censura (de los que sin profundizar, ni conocer al indio y lo han calificado como degradado impropio de la civilización moderna) han sido sus supersticiones, aquellas prácticas bárbaras de sus juntas y sus agoreros’’ (2010b: 33).
Sin embargo, y pese a la opinión generalizada e infundada de la sociedad de la época, el naturalista considera la superstición de estos indígenas como una muestra de su espiritualidad. Al respecto, comenta:
‘’Lejos de extrañar el valor en su pecho supersticioso, consideremos más bien sus creencias groseras, aun sus supersticiones ciegas, como otras tantas pruebas de la espiritualidad de su carácter y a la Araucanía como un campo feraz y de gran porvenir para la viña del Señor’’ (2010b: 34).
Dar cuenta de las características y costumbres de los indígenas tuvo para el naturalista un sentido claro, ya que en su relato fue construyendo paulatinamente una imagen de “indio” que, si bien no resultaba completamente civilizado, sí presentaba rasgos de civilización material innegables. Tanto fue así, que Domeyko pareciera haber jerarquizado la sociedad que observaba, y en ese ordenamiento los indios no necesariamente eran la base. Domeyko percibió, interpretó y describió desde su experiencia de viajero. Comenta que, desde su encuentro con los araucanos, fue recibido con toda cortesía y consideraciones propias de un pueblo civilizado. También en su diario de viaje comentó “[...] salió el propio cacique y dijo algo con voz gruesa y ronca […] nos apeamos, el dueño dio a cada uno de nosotros su mano derecha repitiendo “Mari, mari peñi” y nos sentamos donde se nos indicó” (2010a: 173). Como advierte Mario Orellana (1966), Domeyko señala la dualidad del comportamiento de los araucanos, destacando su actuar en tiempos de paz y de guerra. En tiempos de paz son hospitalarios, “su genio y sus maneras son más suaves y casi diré más cultas, en cuanto a lo exterior que las de la plebe en muchas partes de Europa” (Domeyko 2010b: 39).
Sus viviendas estaban próximas a ríos y esteros, donde cultivaban la tierra. Domeyko señala al respecto: “en sus contornos se divisan las lindas campiñas y floridas praderas, en que el indio tiene sus caballos y su ganado gordo, hermoso, aunque no tan numeroso como el de las haciendas chilenas” (2010b: 41). Paisaje apacible, casi bucólico, el naturalista intenta transmitir sin duda la imagen de prosperidad y paz y por sobre todo un estado próximo a la civilización:
‘’Tal es el indio observado en su vida doméstica, en medio de la paz […] Al verlo en este estado, cualquier viajero que se limite a observar el trato interior del indio chileno, su bienestar físico y las comodidades de que goza, su juicio y su buen sentido, su cordura y su hospitalidad afable, no lo tomará por cierto por un salvaje ni bárbaro: antes, por el contrario, lo consideraría aventajado a algunos pueblos del mundo cristiano’’ (2010b: 42).
En el discurso de Domeyko, no es solo la prosperidad la que se destaca, sino también un conjunto de conductas y costumbres que, si bien aluden a la alteridad, refieren también a una otredad semejante, poco salvaje y más próxima a la civilización.
Las reflexiones y análisis de Domeyko sobre el mundo indígena constituyen una evaluación sobre el estado o condición en que se encuentran y, por tanto, es el primer paso para luego, en la tercera parte de su obra, desarrollar una propuesta de incorporación de este territorio y sus habitantes.
6.EVALUACIÓN Y PROPUESTA. CIVILIZACIÓN MORAL DE LOS INDIOS
A juicio de Domeyko, una reflexión sobre cómo incorporar a los indios a la civilización, pasaba primeramente por definir el concepto de civilización. Para evaluar al mundo indígena consideró varias de sus características: formas de vestir, viviendas, cultivos y ganado, comercio y manufacturas. Al respecto comenta:
‘’En sus casas reina el orden, la tranquilidad, la sumisión al jefe de la familia, en fin, todos aquellos dones que harían la envidia de muchas familias de los pueblos civilizados. Sus campos bien cultivados y cercados, sus ganados gordos, la abundancia de fruta, de legumbres y de bebidas espirituosas [...]’’ (2010b: 54).
Y concluye que no es la civilización material la que hay que ofrecer a estos indios porque en ésta son aventajados. Para él la verdadera civilización es la moral, aquella que conduce al bienestar del hombre, a la elevación del alma y del pensamiento, a las convicciones fuertes, nacionales, a la dignidad y felicidad moral, las cuales se consiguen con la única fuerza y fuente de inspiración que consiste en la fe y en las creencias religiosas (2010b: 54).
Definida la verdadera civilización, la incorporación de “los indios” a la nación chilena debía ser entendida como la unión a la nacionalidad católica republicana. Su propuesta contempló un sistema de reducción fundado en la educación religiosa e intelectual de los indígenas, cuyo principal objetivo fuese reformar las costumbres indígenas que se alejan u oponen a esa verdadera civilización.
A su juicio esto podía conseguirse a través de un programa de acción que contemplase, en primer lugar, el establecimiento de misiones
“desempeñadas por un clero enérgico, virtuoso, instruido en el idioma de los indígenas [...] en segundo lugar, mediante una estricta justicia y buenos ejemplos de parte de las autoridades y de los hombres que se pongan en contacto inmediato con los indios” (2010b: 59).
Su propuesta y programa también consideraba la incorporación de tierras. Hay que adquirir, dice, “terrenos incultos”, su mirada estaba puesta en aquellos territorios que los indios no trabajaban, a los que nomina como “desiertos”. Pero pese a que se trataba de superficies que según el naturalista no eran trabajadas por los indígenas, fue enfático en señalar que estas propiedades tenían dueño, por lo que sugería su adquisición a través de compras justas en las que se estableciese el precio por convenio y los límites de la propiedad a través de un agrimensor.
‘’¿Qué cosa hay, por otra parte, más racional que el tratar de poblar los terrenos desiertos que por su fertilidad y situación prometen grandes ventajas? Pero no olvidemos que estos terrenos tienen propietarios, hijos de los dueños que los poseían desde tiempos inmemoriales [...]’’ (2010b: 65).
Domeyko era de la opinión de generar muchas pequeñas propiedades, habitadas por sus dueños, quienes debían trabajarlas y cultivarlas, no siendo partidario de la instalación de la gran hacienda ni de la colonización extranjera.
El naturalista fue explícito al manifestar que la acción civilizadora de la república chilena debía diferenciarse de la realizada por los españoles. Por lo mismo, consideró necesario evitar la fundación de ciudades, la cuadrícula y la disciplina de asentamiento, señalando que esta práctica fue odiosa y resistida por el mundo indígena “es menester evitar que ellos confundan a los hermanos que tratan de incorporarlos en su familia, con la memoria de los antiguos conquistadores” (2010b: 71).
Para Domeyko la reducción de los indios fue entendida como la incorporación a una misma familia con los chilenos, a través de la civilización moral y no de la conquista bélica. Sólo esa incorporación la consideraba como verdadera y duradera. Al respecto se preguntó ¿Puede haber acaso paz, fraternidad, fusión de intereses y nacionalidades entre pueblos que no adoran al mismo Dios?, es ése el punto de partida que vislumbra para poder reformar aquellas ideas, costumbres e inclinaciones que más se oponían a la verdadera civilización y que en definitiva impedían que un indio pudiera llamarse “chileno” (2010b: 56).
7.CONCLUSIÓN
Este trabajo es una invitación a reflexionar en la construcción de los imaginarios y representaciones sociales sobre el mundo indígena en el proceso de construcción nacional. En ese intento, abordamos el discurso de Ignacio Domeyko referido a la Araucanía y sus habitantes. En un contexto donde el discurso oficial destacó la miseria e incivilidad de los habitantes de la Araucanía, Domeyko, luego de un viaje a ese territorio donde desplegó su intención etnográfica, dio una nueva mirada, relevando otras características y, por cierto, proponiendo políticas y proyectos en sintonía con un discurso positivo hacia el indio.
Domeyko habló de la prosperidad material, de cultivos y ganados, de costumbres y prácticas de cortesía, de hospitalidad y espiritualidad, instalando una imagen de los indígenas nada bárbara ni salvaje. Discurso disidente de aquel otro oficial y centralista, construido en ausencia del indígena. Su propuesta fue coherente con su diagnóstico, proponiendo la civilización moral en la Araucanía, con educación, misiones y un Estado honesto y eficiente.
De esta manera, al utilizar un nuevo método de observación y construcción de conocimiento, Domeyko formuló un discurso sobre la Araucanía y sus habitantes que contribuyó a cuestionar los imaginarios y representaciones sociales del mundo indígena que hegemonizaban el proceso de construcción nacional, posicionándose como una voz disidente al discurso oficial.
Resumen:
1.INTRODUCCIÓN
2.INVESTIGACIONES SOBRE DOMEYKO Y LA ARAUCANÍA
3.EL DISCURSO SOBRE LA ARAUCANÍA Y SUS HABITANTES EN LA ÉPOCA DE DOMEYKO
4.PRÁCTICA CIENTÍFICA Y CONSTRUCCIÓN DE UNA MIRADA ETNOGRÁFICA
5.IMAGINARIO INDÍGENA EN IGNACIO DOMEYKO
6.EVALUACIÓN Y PROPUESTA. CIVILIZACIÓN MORAL DE LOS INDIOS
7.CONCLUSIÓN